Saludos abrileños a todos los que están viajando estos días.
La sartén por el mango.
Nuestros educadores están haciendo grandes esfuerzos por hacerse con la disciplina de las clases, lo que ya no veo tan claro es si esto va a producir una reacción positiva en los adolescentes. Nuestros educandos están aprendiendo mucho de trucos y malas artes pero, en mi opinión, poco de respeto y autodisciplina.
En algunas clases, aún vuelan las tizas como proyectil contra algún hablador impenitente, se oyen muchas palabras altisonantes en boca de los profesores y siguen habiendo agresiones directas y encubiertas.
Estas actitudes causaban miedo, pero ese no es el caso actualmente. Pienso que deberíamos plantearnos seriamente nuestra actitud si queremos mejorar nuestro trabajo, y no vale culpar a nadie porque todos lo podemos hacer mejor si asumimos nuestra responsabilidad.
He decidido recoger pequeños ejemplos de la forma en que se comportan nuestros profesores, salvo honrosas excepciones.
El resultado que yo recojo, desde esta orilla es: confusión, dolor y frustración, junto con una total pérdida de respeto de la figura del profesor.
Lección de justo cálculo de las notas de esta evaluación
Lección 1.
Profesor: “Tienes un 4,65 en el examen pero como toda la clase tiene un 0,75 por mal comportamiento, me inclino por el 0,75 y te pongo un uno”
Lección 2.
Profesora: “Si, es cierto, me he equivocado, tienes un 8 y no un 7, ¡pero ahora no te pienso cambiar la nota!”
Lección 3.
Profesor: “Os expliqué mal el ejercicio del examen, a propósito, ¡porque me tenéis hasta el gorro! ¡y ya está!”