Recuerdo sus ojos grandes, entre azul y verde, como el mar que cambia con la profundidad y la luz. Ojos que siempre llevaban una pregunta escrita. Recuerdo su alegría cuando le contaba algo que no sabía, su gratitud por aprenderlo.
Cuando dejé la academia no tuve fuerzas para mirar a sus ojos de niña y decirle adiós, porque yo no tenía respuestas para sus muchas preguntas y si muchas lágrimas que no deseaba mostrar. Me marché en silencio, me despedí en silencio y desaparecí. No había nada elegante que explicar.
Pasaron muchos años, doce años, concretamente. Una mañana de sábado una señora vino a pedirme información para las clases de una de sus hijas. Estábamos charlando amigablemente y entonces ella me dijo: ¿Tú eres Amalia de la academia, verdad? ¿Recuerdas a Nuria?
¡Claro que recordaba a Nuria con sus enormes ojos llenos de preguntas y su preciosa sonrisa! Me sentí conmovida, una vez más coincidían nuestros caminos. Siempre sentí haberme ido sin despedidas.
Tardó poco en volver a sus clases y cuando nos sentamos a charlar, esta vez, en Inglés, pareció como si los doce años de separación jamás hubiesen existido. Ahora trabajamos mucho y bien y todas sus preguntas han sido contestadas, de modo que, ya no hay cosas pendientes que contar.
Siento una inmensa gratitud por poder seguir explorando el mundo del conocimiento con ella, quien sigue conservando sus preciosos ojos llenos de preguntas y su gran sonrisa y quien, a pesar de haberse convertido en una adulta y muy buena persona, sigue manteniendo intacta a aquella niña que yo conocí en la academia.
Ahora se une a nosotros en la página lo que nos enriquece cada día más.
¡Bienvenida Nuria! Y gracias por querer estar con nosotros.
La “teacher”