El sábado, mientras hacíamos churros, el cocinero nos dijo que poniendo huevo (mucho huevo) en la masa de los churros, saldrían unos profiteroles riquísimos. Era algo accesorio en el menú. Sin embargo, cuando metimos aquellas bolitas en el horno y a la media hora me asomé para ver como iban, comprendí la belleza de la física y la química, mezcladas con azúcar, leche, harina y huevo: allí estaban dorados y perfectos. Entendí que en esta vida me había perdido muchas cosas por “aburrirme” tan fácilmente y que la cocina es un verdadero arte. La magia está en el proceso y la cocina es generosidad.
Quizá la cocina esté viniendo a mí lenta y misteriosamente. Hace unas semanas leí (por accidente y gracias a un club de lectura del que soy nuevo miembro) el libro “Hierba Santa”, sobre la vida (y las recetas) de la gran artista mexicana Frida Khalo. Os lo recomiendo y...que aproveche!!!