El dolor lo trajo

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Creado en Viernes, 18 Noviembre 2011 13:45

Última actualización en Miércoles, 20 Marzo 2013 10:54

Escrito por Aliama Narval

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Pequeñas historias de gente corriente, como tú y como yo.

Aquella mañana gris y fría, la rutina volvía a hacerse cargo del día entre cables y conexiones eléctricas. Había gran demanda de electricistas, por lo que, cuando terminó sus estudios obligatorios  decidió escuchar a los suyos y se dedico a la Electricidad, sin pensar en otras opciones. Cuando acabó su formación profesional encontró trabajo en la construcción y se empleó en hacer aquello que su jefe le requería. El bum de la construcción hacía que el ritmo de trabajo fuese extenuante.

No tenía sueños, al menos eso es lo que él creía y no tenía esperanzas o ambiciones que no pasaran por el poseer un gran coche, la casa propia, unas buenas vacaciones y su visita al bar con los amigos. Como cada hijo de vecino en su pueblo iba a trabajar para ganar un sueldo.

Su novia lo apoyaba, así es que, podían proyectar su futuro para tener todas aquellas cosas que se suponía debían adquirir para vivir juntos. Nunca se planteó estudiar para ingeniero o médico como sus primos, no sintió esa necesidad, le gustaba su profesión.

Estaba un poco distraído aquella mañana, el trabajo pesaba más que otros días.

Sus pensamientos volaban más allá del andamio donde estaba subido, de pronto, perdió el equilibrio y se encontró atravesando el vacío sin poder controlar el peso de su cuerpo.

Su codo contra el suelo, el crujido, el miedo, la incredulidad y por último el dolor,  que le recordó que, al menos, seguía vivo. El revuelo fue inmenso, la ambulancia, el hospital, la confusión, el desaliento. Se enfrentaba a un futuro que de pronto pintaba el color más negro que él había visto.

Los meses pasaban entre operaciones y rehabilitación, la recuperación era muy lenta. Su codo estaba seriamente dañado. Finalmente llegó la baja permanente para su profesión, ya no podría pasarse la jornada laboral entre cables. El mundo pareció acabarse en un momento. Los meses pasaron extraños y no aparecía ninguna solución para tan trágico acontecimiento. Empezaron las idas y venidas a la oficina de desempleo, la vida dejó de sonreír y el llegó a convencerse de que, tal como la gente le decía, tenía muy mala suerte.

En la oficina del paro  le ofrecieron unos cursos de turismo, le recomendaron ciertas actividades posibles y el, sin saber por qué, eligió restauración y comenzó a formarse como CHEF, no podía explicar por qué había elegido semejante profesión, en otras circunstancias, jamás la habría tenido en cuenta.

Comenzó las clases sin expectativas, vacío de emociones. Con el paso de los días, que se hicieron meses, sin darse apenas cuenta, empezó a levantarse de buen humor para ir a su curso de cocina.

Un nuevo mundo de aromas, sabores, de variadas texturas se desplegó ante él, invadiendo  su existencia. Se olvidó del futuro, disfrutando enormemente lo que hacía, cada minuto.

Jamás pensó que todo ese sufrimiento lo colocaría tan cerca de la ilusión, de la pasión por la vida. Jamás antes pudo imaginar que amaría la cocina y que cocinar iba a ser su motor y su norte, incluso, su alegría.

El extraño período de bruma y padecimiento se diluía, quedaba en un remoto atrás y ahora se sentía, tal vez, por primera vez, afortunado.

Ya no caminaba en la armada de seres que no van a ninguna parte, por alguna razón, quien sabe si, su íntima insatisfacción, le había situado en una posición diferente a lo conocido y le había concedido el descubrimiento  de su verdadera  identidad, su nueva y recién estrenada forma de percibir la vida, su felicidad. Ahora en su cocina de un comedor infantil, estudia los menús que ayuden a los chicos a crecer sanos y además, los prepara, con sus creaciones, para que lleguen a ser grandes gourmets.