¿Cuanto amor hay que poner en cada minuto de tu vida, para reparar los daños de la ponzoñosa enfermedad de los celos e intolerancia en cualquiera de sus variantes?
Ahora que hay una nube enturbiando nuestra tranquilidad reconocemos en ella algunos nombres y apellidos de quienes no soportan nuestra alegría y desearían borrarnos del mapa para poder vivir su negrura y fealdad sin espejos que los resalten.
Si, es posible que hoy derramemos unas lágrimas provocadas por esa pobreza umbría que destaca a todos y todas los y las que sufren la desgracia de sentir la envidia, la rabia de ver alegría en otro, de ver su éxito; los que sufren la desgracia de no querer aprender, la desgracia de vivir inmersos en su pequeño mundo mezquino repartiendo su rabia, su dolor y frustración, porque es lo único que poseen y que a pesar de lo inútil y feo que resulta no quieren deshacerse de su sufrimiento, aferrándose a sus malas artes con una pasión estéril y colérica.
Si, es posible que por un tiempo nos hagan sufrir y mucho, con sus ataques de todo tipo: habladurías, malos deseos o bombas, que todo ello se cobra vidas. Lo que ellos no parecen entender es que quienes viven ese infierno enfermizo y atacan a gente inocente, jamás quedarán impunes, no parecen darse cuenta que serán arrollados sin piedad por sus propias malas intenciones. Están tan inmersos en su terquedad en su cortedad de miras que no reparan en que el tiempo los arrastra hacia la nada, aumentando su angustia cada día.
Se que al leer esto echarán espuma por la boca como perros rabiosos y querrán hacernos llorar, una y otra vez. Lo que ellos no saben es nuestra gran conciencia de su pobreza y no saben que la frustración que acompaña a nuestras lágrimas también es en parte por ellos porque no quieren ser amados, porque les horroriza la bondad, no entienden el respeto y les da miedo compartir porque, en el fondo saben que han aprendido esa violencia y su única baza para sentirse poderosos es matar y extorsionar, porque sin ese miedo ellos creen firmemente que no son nadie.
Así pues, claro que nos harán llorar una y otra vez, claro que se mofarán de nuestra actitud ingenua o estúpida como les gusta llamarla, claro que inventarán estratagemas para hacer nuestra vida difícil, contamos con ello, pero, a pesar de todo intentamos encontrar un camino en el que no haya muchas cosas que ellos o ellas puedan destrozar y nos esforzamos, de muchas formas, por dibujar puntos de encuentro en el total y absoluto desencuentro, intentando día a día no caer en odiarlos por su odio.