Hoy estoy de refranes, mi abuela estaría orgullosa de ello ya que era capaz de decir dos refranes por minuto, cosa que, por otra parte, me ponía “de los nervios”.
Y ya que menciono a mi abuela, Doña Dolores, era una gran dama, en su tiempo diseñadora de alta costura que completaba sus preciosos vestidos con bordados de abalorios haciendo las delicias de la alta sociedad de San Sebastian (Guipúzcoa). La agraciada que lucía una de sus creaciones tenía asegurado el éxito en sus fiestas.
Alta y erguida, adusta y orgullosa, con una apariencia seria; celosa de la urbanidad, limpieza y buenos modos, era, sin embargo, una gran bailarina; y para los que tuvimos la suerte de tenerla cerca, una mujer de avanzadilla capaz de mantener a su familia con su trabajo, en épocas en las que todos sufrían grandes dificultades para subsistir.
Ni la crueldad de nuestra guerra civil, la metralla en su hombro, su marido retenido en la frontera, por ser carabinero de la república, ni sus cinco hijos la desalentaron.
Recuerdo que ya siendo una anciana, para mí adorable, sufría de insoportables dolores de cabeza y espalda, debido a las innumerables horas que había pasado cosiendo, pero a pesar de tanto dolor, en cuanto tenía ocasión, cantaba mientras cosía y mientras arreglaba la casa, escuchando música española en la radio, se marcaba uno pasodoble con la escoba, con gran maestría y gracia. Cuando la visitaba, eso despertaba mi risa y me ponía a bailar con ella sustituyendo a la escoba.
Tenía inmensa fe en mi, vaticinó varios éxitos en mi vida profesional, que luego se hicieron ciertos, aunque, lamentablemente, ella no pudo verlos, pues ya se había marchado para siempre de nuestro lado.
Me enseñó muchas cosas en poco tiempo, en cuatro años, cuando ella y mis tíos se sumaron a la familia que ya vivía en Chile.
Me enseñó a levantarme por las mañanas con ilusión a pesar de las dificultades, dolores o desilusiones. Me enseñó a tener fe en mis posibilidades. Me enseñó a caminar como una modelo, a moverme con agilidad y a disfrutar del baile, de la ropa y de la vida en sus pequeñas cosas. Me enseñó a tener mi propio gusto y estilo y ha defenderlo de las tendencias extremas. Creo que me enseñó a ser mujer y a disfrutar de ello, teniendo en cuenta un futuro profesional que desarrollar.
Es probable que mi abuela, como casi todos los seres humanos, tuviera miles de defectos desplegados a lo largo de su vida, pero yo ahora y desde aquí no puedo ver ninguno, tal vez por mi tenaz insistencia en ver el vaso medio lleno.
A veces no solemos reparar en la tremenda influencia que tienen nuestras abuelas o en general las mujeres que nos han acompañado desde pequeños. Todos los que nos han rodeado han dejado, en mayor o menor medida, un pequeño gran tesoro, o un pequeño gran desatino, que ha ido formando nuestra personalidad, y que nos ha hecho llegar a lo que somos hoy. Si miramos con detención todos tenemos grandes personajes de la historia en nuestras familias y si miráis con detenimiento descubriréis que yo no soy tan arrogante como parezco al hablar de los míos ya que reconoceréis, sin duda, a vuestra valiosa madre, tía o abuela y al extraordinario padre, tío o abuelo, e incluso al profesor, profesora o vecino, que en algún momento os dio esa idea o ese empujón para llegar a donde queríais llegar.
Por eso yo quiero invitaros a reconocer a los vuestros, hablar de ellos y darles las gracias y también reconocer lo que os parezca equivocado y desecharlo. Aquí tenéis una buena tribuna para hacerlo. Espero lo hagáis, es realmente estimulante porque revives los momentos claves de tu vida con sus risas y sinsabores, por extraño que parezca, esos recuerdos siempre acaban haciendo te esbozar una sonrisa.