Nuestra vida es como un tren, que sale del origen con nosotros dentro- sólo nosotros. Por el camino se van subiendo personas, se va cargando de cosas, cambia varias veces de destino, descarrila otras tantas, a veces se para, otras acelera y a veces va tan deprisa que parece volar. La velocidad y el destino los controlamos nosotros; aunque sólo en parte.
Todos los trenes tienen ventanas; en unos las ventanas están abiertas, dejando a los demás oir su música e invitándoles a subir; otros son transparentes- a éstos se sube mucha gente. Otros, sin embargo, tienen las persianas bajadas porque sus habitantes duermen o tienen miedo o piensan que hay overbooking. Nosotros somos quienes abrimos las ventanas y subimos las persianas de nuestro tren; aunque sólo en parte.
A nuestro tren sube mucha gente; a veces sólo se quedan durante un trayecto muy corto, a veces todo el viaje. Mientras están en nuestro tren, algunos pueden sentarse quietecitos en una esquina a leer su libro o contestan a nuestras preguntas de vez en cuando, sonriendo ligeramente. Otros tocan música, cantan, nos invitan a bailar y bailamos con ellos, y reímos y soñamos en su compañía. Otros nos cuentan historias y nos enseñan todo lo que saben. Otros nos escuchan, nos comprenden, nos ayudan, nos quieren. Otros nos aman y nos dan su tiempo y se quedan en nuestro tren mucho o poco pero no importa porque nosotros también les amamos. Todos son especiales. Cuando una persona se apea de nuestro vagón, nos ponemos tristes porque no sabemos si nuestro tren pasará de nuevo por su andén en el momento justo para que vuelvan a saltar dentro. Y cuando una persona deja nuestro tren, su asiento se queda vacío para siempre; cuando lo miramos, nos acordamos de ella y de su esencia, que dejó en nuestro tren para siempre. Nosotros también podemos controlar cuándo se baja nuestra gente; aunque sólo en parte.
Amigo, sube las persianas, abre las ventanas, acelera e inúndalo de cosas importantes, de cosas imposibles, de sueños y proyectos, de música y bailes. Y haz que tu tren esté siempre completo, sin importar cuánta gente haya a bordo. Y si la persona que más quieres se baja, te quedarán todavía muchas cosas para montar un festival hasta que se suban otras personas que merecen la pena. Que tu rumbo sea independiente, que tu tren no vaya a la deriva; sé feliz, amigo. Sé feliz en tu tren…desde el origen hasta el destino. Lo puedes controlar…aunque sólo en parte. Deja el resto a la Vida, que sabe hacerlo muy bien.
Y al final, todo el mundo se baja. Al final, cuando el tren llega a su destino, se ha quedado vacío….y nos quedamos de nuevo solos. Y nuestro tren, cargado de música, vida y amor de repente se queda vacío con nosotros dentro. Y en la última estación, dejamos nuestro tren repleto de tantas cosas, para ser libres e inundarnos de luz y darnos cuenta de que nosotros no éramos el tren, ni su música, ni la gente que había dentro, ni su origen ni su destino. Nosotros somos la energía que impulsaba el tren y que nos llevaba a nosotros y a los demás en un viaje que nunca repetirá ninguna otra criatura en este planeta.
Nosotros podemos controlar lo felices que fuimos en el viaje y la buena noticia es que esto, amigo mío, lo podemos controlar siempre.
Ángela López Molina