Hace tiempo le dije a mi ayi en Chicken: “Ayi, no pongas ropa en el armario de la derecha; en todos menos en ése”. Y mi ayi me dijo en Duck: “¿Y qué le pasa a este armario?”. Yo intenté explicarle en Duck que, según “el Secreto”, un libro muy interesante, para atraer un hombre a mi vida debía dejarle espacio y por tanto, si quería que esa persona llegara, tenía que dejar un armario libre. Sus ojos orientales se transformaron en dos interrogantes oblicuos durante unos segundos y, tras sospechar que había perdido completamente la razón, mi ayi prefirió pensar que tenía un novio extranjero que no tardaría en llegar a China y reclamar su territorio. Ella asintió y, por enésima vez, estuvimos seguras de no habernos comprendido.
En estos días mi ayi proactiva no sabe dónde ando, no entiende por qué algunos días hay dos copas de vino vacías en el salón, por qué a veces parece que ha entrado un batallón en la cocina, por qué estoy tan contenta por las mañanas y de dónde salen esas camisetas de la talla L.
Pero hoy, o mañana, o pasado, cuando abra el armario de la derecha, mi ayi va a darse cuenta de que un arlequín ha dejado allí sus calcetines, un par de camisas y un jersey. Va a comprender por fin que ha entrado en mi vida un duende que sea llama “regalo de dios” en griego; un regalo por mi 30 cumpleaños, que llegó disfrazado de 30 rosas de color rosa y que es una crema que se llama amor. Mi ayi habla Duck, pero no es tonta; seguirá sin entender el Secreto pero pondrá todas las camisetas de la talla L en el armario de Teodoro.
Ángela López Molina