El amor, muy seguro de si mismo, con la arrogancia del que se sabe hermoso y puro, le preguntó con cierta extrañeza a la amistad: "Y tú para qué sirves".
La amistad, mirándole a los ojos, le contestó sin dudarlo un instante: "Muy fácil amigo mío. Para limpiar las lágrimas que tú dejas caer...".
Satur Gismero