¿Durante cuánto tiempo seremos capaces de mantener nuestro sistema sanitario?
A menudo escuchamos e incluso comentamos que ya nada es como antes, que hoy en día todo lo que comemos está adulterado, que el estrés gobierna nuestras vidas y que nuestra calidad de vida y nuestra salud van en claro descenso. Hay quien añora el sabor de los tomates de su infancia a la vez que teme qué clase de hormonas ingiere con los filetes o las hamburguesas; e incluso hay quien sentencia que ya nunca podremos volver a vivir de forma tan sana y natural como antes.
Sin embargo y por la razón que sea, nuestra esperanza de vida ha aumentado considerablemente. Nuestra alimentación, condiciones higiénicas, sanitarias,... no deben de ser tan malas como intuimos. Las estimaciones demográficas para el futuro inmediato en nuestro país y en general en los países desarrollados, nos alertan de que la población crece en edad media y de que además en los años venideros no sólo seremos muchos más, sino mucho más mayores.
La edad nos agasaja con algunos achaques con los que tarde o temprano tendremos que lidiar. Hablamos de la hipertensión arterial, de la diabetes, del colesterol, de la cardiopatía isquémica, de problemas respiratorios, circulatorios, de la artrosis. En lo que a la oftalmología respecta, hablamos de las cataratas, de la degeneración macular asociada a la edad, etcétera... pero no voy a continuar porque no es mi intención agobiar a nadie.
Mi intención es hacer una pequeña reflexión sobre nuestro sistema sanitario. Yo no soy gestor, no sabría cómo serlo. Debo de estar haciéndome mayor porque cada vez son más las ocasiones en las que siento cierta simpatía por estos profesionales. Se me pasa pronto, lo cual me tranquiliza bastante, pero cuando menos me lo espero vuelvo a verles con esta inquietante simpatía. El pobre gestor a mi modo de ver, tiene la cruz de tener que lidiar con el señor político cuyos objetivos no siempre tienen que ver con los de los pacientes y sanitarios; y al mismo tiempo tiene la obligación de conseguir que ese voraz monstruo que gestionan se conforme con una frugal dieta. El trabajo es difícil por no decir imposible. Es como querer alimentar a King Kong con un plátano diario. El superinmenso mono cabreado, muy cabreado, y el gestor a la defensiva, temiendo que suene el teléfono y le pidan volver a “optimizar los recursos”, o sea disminuir el gasto. A ver si con medio plátano consiguiéramos que el jodío mono siga subiéndose al “empair esteit bildin”. Ya me estoy dispersando... qué cruz. Pero el mono tiene razón, no sé por qué debemos disminuir el gasto sanitario si el porcentaje del PIB que destinamos a sanidad es el menor de cuantos países desarrollados conozco. Y si hablamos del porcentaje del PIB destinado a educación... eso sí que da para llorar meses y meses.
Retomando el hilo, mi primera reflexión no es demasiado optimista. Las patologías “asociadas a la edad” empiezan a tener tratamiento. En muchos casos no es curativo pero sí paliativo y ésto, que debería ser una enorme alegría para todos, va a constituir un problema de salud importante. La sanidad pública española tiene en su principal virtud su talón de Aquiles. La supuesta gratuidad y su carácter universal o lo que es lo mismo, que todo el que llegue a un centro de salud o a un hospital tiene derecho a ella independientemente de que cotice o no, puede ser un importante escollo para que este sistema de salud pública perdure. Y no hablo de los más desfavorecidos. No me refiero a los inmigrantes legales e ilegales que acuden a nuestro país con sus patologías y sus minusvalías. Me refiero a otros inmigrantes, mucho mejor vistos y con un alto poder adquisitivo, que acuden desde sus países de origen a vivir a España. Saben que el nivel científico de nuestra medicina pública es bueno –al menos de momento- y vienen a operarse a España por un módico precio. Algo impensable en sus países donde la sanidad tiene un precio. A muchos, y esto es típico en Gran Bretaña, les niegan determinados tipos de cirugías por ser fumadores, obesos o simplemente demasiado mayores. España constituye un autentico vergel para muchos europeos procedentes de países mucho más avanzados, al menos teóricamente. Pues bien, son muchos, muchísimos, los inmigrantes que se benefician de nuestra sanidad. Algunos se quejan de no encontrar aparcamiento en el hospital para sus coches de gama alta o de tener que esperar para visitar al especialista. Y es que en sus países esto no ocurre, argumentan a veces... pero allí se esperan, impertérritos, mosqueados por llegar tarde a su cita en el club de golf y por haber dejado el mercedes, el bemeuve, el volvo o el jaguar subido a una acera.
Esto se viene conociendo como turismo sanitario y constituye ya un problema importante. En el lado opuesto está el inmigrante menos afortunado que en su primera visita, dubitativo, no da crédito de que todo sea gratuito pero que no duda en mostrar su impresentable cara a la segunda o tercera visita, cuando se van despotricando porque el médico no ha considerado indicado aceptar sus demandas: el análisis completo con serología para parásitos, el escáner, la resonancia y las múltiples derivaciones a cuantos especialistas se les puedan ocurrir y sepan pronunciar. No se fían del criterio del especialista que les recibe y atiende en el centro de salud. Posiblemente sea la gratuidad, la accesibilidad, la cercanía... lo que les hace desconfiar y nada más, porque la mayoría proceden de países sin recursos, de sistemas todos ellos dificilmente comparables al que les ofrecemos. Probablemente si estas pruebas no fueran gratuitas, exigirían explicaciones del por qué deben someterse –y pagar- dichas exploraciones. Esto es así. En un pequeño número de casos, pero existe. Son ejemplos del abuso que sufre nuestro sistema sanitario y que no es gratis... que nadie se engañe. La “paguita” y los dineros que presuntamente desvían a sus respectivas sacas aquellos amigos de lo ajeno como “la campanario” y familia, los pagamos entre todos, como todo lo que nos rodea. Y vuelvo a dispersarme, esta vez con los de Ubrique...
Para los españoles, esto es un problema importante porque la sostenibilidad de nuestro sistema se sustenta en lo barata que es la mano de obra. Los economistas americanos lo llaman “the spanish miracle”. Somos tan baratos que al parecer a un gestor de un hospital de EEUU se le ocurrió envíar a España sus radiografías, escáners y otras pruebas de imagen que realizaba in situ un técnico. Una vez aquí las valoraba e informaba un equipo de radiólogos españoles, en concreto catalanes. El especialista americano que demandaba la realización de la prueba recibía un magnífico informe “español” de la exploración radiológica que prescribía a su paciente. En ninguna parte del mundo van a encontrar una relación calidad-precio como la de aquí. Por lo visto, los radiólogos estadounidenses se irritaron al ver que tenían que conformarse con menos garbanzos en el cocido y esto se tuvo que abandonar.
Y yo pienso... si no podemos seguir recortando en mano de obra, no podemos porque si el mono está cabreado con un plátano, imáginate cómo se pondría con media ración..., si los tratamientos de las enfermedades que van en aumento son cada vez más caros y además, tenemos muchos fans que desean beneficiarse de nuestra sanidad “gratuita”... a mí las cuentas no me salen. En el fondo, el gestor no lo tiene fácil y en eso –creo que sólo en eso- me solidarizo con ellos, pero claro que a veces me enfado. Me enfado cuando me doy cuenta de que no parece que exista solución, me enfado cuando sólo se les ocurre reducir la mísera ración de plátano que nos dan y si es posible, aumentando la carga asistencial. Y me tengo que enfadar, porque los simios somos así de primarios, la mayoría nos cabreamos... y algunos hasta deciden “fugarse”.
Y es verdad que nuestra labor debe consistir en evitar esos tratamientos tan caros. Se trata de que todos recibamos la educación sanitaria necesaria para que durante toda nuestra vida adoptemos unos hábitos saludables que nos permitan ser felizmente sanos en nuestra tercera edad. Cuando lo que nos corresponde es descansar, disfrutar, estudiar, bailar, viajar y hacer lo que más nos plazca. Pero también se trata de que el pobre paciente que tenga la mala suerte de padecer una enfermedad, disponga del mejor tratamiento posible ahora y dentro de veinte años. Si no ponemos cuidado no habrá bolsillo que lo soporte, y aunque esto no impedirá que la sanidad pueda seguir siendo buena, dudo mucho de que pueda seguir siendo pública.
A ver qué pasa...