La vida como la sociedad va cambiando. Siempre fue así y siempre lo será. Es el salto generacional que pone distancia entre padres e hijos. Sin embargo, en ocasiones no puedo dejar de sentir que hemos tomado un camino equivocado.
Las costumbres van cambiando. Ya no se lleva ahorrar. El consumismo no tiene piedad, no tiene en cuenta clases sociales y a duras penas respeta nuestras nóminas. Tanto tienes, tanto vales, y tanto si de verdad tienes como si no, si no quieres ser considerado un piltrafilla, debes mostrar al mundo el mayor número de signos socialmente aceptados que den prueba de tu éxito; de eso viven las marcas consideradas de prestigio, de eso vive el glamour. A modo de reflexión personal, que no tiene por qué ser cierta, creo que todo este mundo “exclusivo” no implica una mejor calidad de vida. En todo caso, si mejora la calidad de vida de alguien es la del que vende sus productos envueltos en este aura. No digo que no se lo merezcan. Hay que tener mucho arte para convencernos de que un traje o un reloj cuesten 6000 euros, un bolso 2000, o un coche 500000 del ala, que los pagues (el que pueda), y de que no salgas corriendo al juzgado a ponerles un pleito. No solo no nos aportan una mejor calidad de vida sino que en mi opinión y en muchos casos, más de los deseables, son una fuente de ansiedad, de querer y no poder. Evidentemente esto es así para el pobre mortal que a duras penas se lo puede permitir, pero la cosa no varía mucho para el que sí se lo puede permitir. Al fin y a la postre no son sino objetos materiales que en nada pueden cambiar lo que somos. Y aunque la teoría de la relatividad sea otra cosa, los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos a todo, especialmente a lo “bueno”, y llegado el momento somos también muy capaces de no saber disfrutar de nuestra “suerte”. Y por si fuera poco, el césped del vecino siempre crece más verde. Siempre.
El caso es que ya sea por unas cosas o por otras, en muchos casos vivimos por encima de nuestras posibilidades y esto a juicio de algunos expertos en economía, puede que no sea lo mejor para mantener nuestro llamado estado del bienestar. Nos recuerdan que algo similar ocurrió antes del corralito argentino, aunque afortunadamente por el momento, estamos lejos de una hecatombe similar.
La prensa, la televisión, la radio, en general todos los medios de comunicación, están plagados de anuncios que nos ofrecen dinero sin preguntar. Incluso nuestros amados banqueros, siempre pensando en nuestro bienestar, nos obsequian en el correo con inesperados préstamos para “lo que queramos”. Son esos pequeños créditos que se han popularizado y que se han convertido en un gran negocio. Estas empresas tienen dinero, lo prestan en pequeños pedacitos con lo que el riesgo es mínimo. Si un cliente no cumple, tampoco pierden tanto, eso sin tener en cuenta que al no ser cantidades exageradas, serán pocos los que no atiendan sus obligaciones. Si encima lo cobran a precio de oro, porque eso sí, estos microcréditos son bastante caros, el negocio es redondo. Tan redondo que las grandes entidades financieras ya se han sumado al reparto del pastel. Hay que aceptarlo. Se han convertido en un floreciente negocio a pesar de los intereses. Intereses que en otros tiempos ya pasados hubieran sido responsables del ajusticiamiento de más de un judio por usurero. Lo que es la vida.
A mí la verdad es que me da igual el grado de endeudamiento del personal. Es la suerte del ignorante. Desconozco todo concepto que pueda relacionarse con la macroeconomía y por tanto, soy incapaz de valorar el alcance real de todas estas cuestiones monetarias.
Lo que no me gusta es hacia donde vamos. No digo que hoy en día ya no existan “valores”, porque con los valores pasa como con el talante, los hay buenos y malos. Me joroba, por no ser más explícito, que no nos molestemos en educar a nuestros niños, a nuestros adolescentes. Quisiera pensar que los estamos educando con valores equivocados, pero mucho me temo que el desastroso resultado se debe más a la dejadez. La educación de los hijos es una ardua tarea que dura 24 horas al día durante 365 días al año, y lo que es peor, debemos predicar con el ejemplo. Lo cómodo es lo cómodo, pero tiene sus riesgos. Sin ir más lejos, un niño, si se le puede llamar así más que por sus 15 años por su "talante", ha propinado un puñetazo en la cara a un profesor por recordarle éste (¡cómo se atreve!) que debe quitarse la gorra en el colegio. Lo peor no es el puñetazo, lo peor es que primero intentó tirarlo zancadilleándolo, posteriormente falló en su intento de darle un cabezazo en la cara y el pobre, no sé si frustrado o no, tuvo que conformarse con el ya comentado puñetazo. De toda la vida de Dios ha habido energúmenos, lo acepto, como ha habido listos y menos listos, y buenos y malos, pero sucesos como éste van siendo cada vez más frecuentes. Cada vez son más comunes las manifestaciones de profesores exigiendo mayor seguridad en las aulas. ¿Algo va mal en la educación? Que nadie se equivoque, es culpa nuestra, de los padres y de casi nadie más. En todo caso quizás de una ley de educación bobalicona que tampoco ayuda. Claro que para ser justos, las leyes no se autocrean ni se autodestruyen, algo tendrán que ver también nuestros nunca bien ponderados legisladores, capaces no solo de crear sino de perpetuar unas normas con las que casi nadie está contento.
Sólo espero que seamos capaces de tener la inteligencia suficiente para poner algún remedio a una situación que está creando una sociedad más preocupada por su imagen y por el patrimonio personal, cuyo merito es doble si se ha ganado sin esfuerzo ni trabajo, que por aburridas y anacrónicas escalas de valores que aunque también nos enriquecen, lo hacen en un sentido pretendidamente menos práctico y mucho más aburrido.
Lo veo difícil, quizás porque como cada septiembre, los únicos comentarios que he escuchado acerca de la educación de nuestros pequeños, y que me han vuelto a perforar los tímpanos, son aquellos que quejicosos, nos recuerdan lo carísimo que es el material escolar. Si al menos fuera de una marca glamorosa…