Siguiendo con los vampiros emocionales...
Una, que es pelín susceptible, va y se enfrenta a las conversaciones entre Amalia y Lourdes, así a pelo y sin anestesia y, aterrada, petrificada, descubre en sí misma rasgos del vampiro emocional.
Narcisista, hombre, una tiene su afán de estrella que se enfada cuando no consigue lo que quiere. Antisocial, psss, ¿quién no ha rebasado algún que otro límite de velocidad y/o renegado de las normas establecidas? Obsesivo-compulsivo, es que sin cierto orden y control…
¡Estoy perdida! Pero afortunadamente aparece Satur en escena para calmar mis hipocondrías con una frase mágica, reparadora “cualquiera puede verse parcialmente reflejado en una o más de estas personalidades” Santo Varón, si es que por algo le tengo en tan gran estima.
Ya serena gracias a Satur, retomo la cuestión del vampiro emocional intentando no caer en mis inseguridades y no identificarme con todas y cada una de las descripciones con las que me tope. Pues bien, llamémosles como prefiráis. Yo personalmente prefiero el término garrapata; vampiro es demasiado onírico, novelado, incluso bucólico y hermoso para lo que me propongo describir. Garrapata es más básico, se adapta más a mi idea.
Todos estamos rodeados de garrapatas que intentan engancharse emocionalmente a quien pueda suplirles con la savia que les alimenta. Unas no llegan a pegarse a su presa, bien porque su presa logra presentirlas y se escabulle a tiempo, bien porque encuentran una víctima más propicia. En algún momento he convivido con garrapatas y es cierto que cuesta detectarlas, y aún más extirparlas. Y digo “extirpar” con toda la intención del mundo, ya que llegan a convertirse en una parte más de tu anatomía, de tus emociones. Cuando consigues librarte de ellas, efectivamente, te dejan sin energía y es difícil sobreponerse y acostumbrarse a vivir sin ellas porque hasta para vivir sin lo malo se requiere un aprendizaje.
Estas garrapatas son las más peligrosas pero me atrevería a afirmar que hay una especie más numerosa, más común. Es esa especie que vuela a tu alrededor sin llegar a convertirse en tu lapa personal pero que pica aquí y allá, vamos que hace a todo, como diríamos vulgarmente. Son esas garrapatas que con su perorata de “encantadores de serpientes” y balbuceo de sala de espera de médico o peluquería, te sueltan un por ejemplo: “hija, ¿qué se creía esa, que iba a ser más que nadie? Si es que todo no se puede tener en la vida”que la deja a una clavada en el sitio con el vello erizado, los dientes rechinando y tu ideal de que todo se puede conseguir hecho trizas, adornado con tu cara de imbécil por haber llegado siquiera a plantearte esa posibilidad. Menos mal que una va haciendo callo a base de positivismo, crecimiento personal, mucha cabezonería y muchos batacazos, sea todo dicho de paso.
Cualquier tipo de garrapata es dañina y peligrosa y debemos intentar deshacernos de ellas lo antes posible, si es antes de que se enganchen, mejor. Por mi parte, intento no convertirme en una de ellas (de ahí mi pavor inicial al ver reconocidos en mí algunos rasgos suyos) e intento rodearme de gente, actores, que construyan conmigo sin aprovecharse de la energía de nadie, alimentándose de la propia.
Estoy con Lourdes, Amalia, ni te plantees dónde te encuentras tú. Y que sepas que ante la duda, el próximo día me presento con un cestito de ajos (las ristras ya no se encuentran)