El año ha comenzado de una forma dramática. No me acostumbro. Cada vez que asisto a un atentado desde la comodidad de mi salón, algo se me remueve. Cualquiera de nosotros podría haber estado en ese aparcamiento. En este caso han sido dos personas pero podían haber sido muchas más. ¡Han sido dos personas! Cada uno con una vida, unos seres queridos, unos sueños y unas ilusiones que ya nunca podrán hacerse realidad. Vivían seguramente ajenos a estos desvaríos injustificables. ¿A alguien se le ocurre algo que sea lo suficientemente importante como para justificar el asesinato? ¿Van a servir estas muertes de algo a alguien? ¿Acaso hace falta matar para defender tus ideas? ¿No será para imponerlas? ¿En nombre de qué o de quién se puede justificar la violencia? No tengo respuestas, sólo preguntas, como la mayoría...
.
Siento empezar así pero este año ha comenzado muy mal. Un atentado horrible nos sacudió mientras dormitábamos aburridos por el espectáculo siniestro de nuestro escenario político. ¡Qué poca clase! Si los asesinos carecen de ella (y de todo), nuestros políticos tampoco demostraron nadar en la abundancia. No nos ha quedado más remedio que asistir a la vergonzosa pugna de quién se lleva el gato al agua, todo ello disfrazado de si me gusta una u otra palabra en el eslogan. Un eslogan para una manifestación en la que cualquier hijo de vecino no tiene más que una cosa que decir a los asesinos: "Basta de muertos". Díganlo con las palabras que quieran, pero digánselo, todos juntos, a la vez. Les hemos visto medir cada actuación supongo que en aras de intentar sacar tajada electoral. Hemos visto al señor presidente abandonar el atril tras sus declaraciones guiñando el ojo a la señora vicepresidenta y al ministro Rubalcaba, aliviado -imagino- al pensar que salía airoso de su difícil primera intervención; lamentablemente, esto le preocupaba más en apariencia que el dramático incidente. Y al PP y a su Sr. Rajoy negando su apoyo amparados en sus elucubraciones particulares. Y a Otegui -nótese que no empleo deliberadamente la palabra señor- culpando al gobierno de la locura de unos pocos asesinos insensatos. Y al PNV haciendo equilibrios en la cuerda floja como de costumbre. Y al cada vez más radicalizado Lendakari con sus cosas. Y a la madre que los parió a todos, que a veces pienso que fue la misma o que por lo menos, entre ellas, se conocían bastante.
.
.
.
Me hubiera gustado que los políticos que nos gobiernan –y me refiero a todos- se hubiesen mostrado más personas y menos "políticos". Tan sólo les hubiera pedido que por humanidad, hubiesen aunado sus esfuerzos de forma generosa para conseguir un fin común. Creo no equivocarme si digo que la totalidad de las personas que conozco lo que quieren es vivir en paz, ser felices y que los nacionalismos de dios les traen al pairo. A veces pienso que el nacionalismo es la excusa de unos pocos para justificar su sustancioso puesto de trabajo. No será verdad, o a lo mejor es verdad sólo a veces, no sé. Lo que sí es cierto es que la mayoría de las reivindicaciones nacionalistas van en contra de la universalidad, de la igualdad de oportunidades y de la libertad de elección. Y de nuevo a veces, sólo a veces, parece que legislaran para “dirigir” las vidas de sus ciudadanos en lugar de para darles la oportunidad de elegir libremente y con criterio. Acotan la enseñanza, la cultura, la lengua, y marcan lo que es políticamente correcto y lo que no. Todo eso me recuerda alarmantemente la esencia de cualquier régimen dictatorial. Todo se hace por el bien del pueblo, por nuestro bien pero sin nosotros, decidiendo por tí y por tus hijos, en el nombre de nuestros ilustres antepasados, o de los suyos, o por designio divino, qué más da para salirse con la suya. Todo esto me da por pensar a veces; pero luego caigo en la cuenta de que les hemos votado nosotros, y se me pasan las ganas de pensar.
.
.
En todo caso, NADA es lo suficientemente importante como para desperdiciar absurdamente ni una sola vida, ni una sola gota de sangre. En mi opinión, este fanatismo sólo tiene cabida y asiento en la ignorancia y la estupidez, quizás también en la desesperación del que se sabe del todo perdido y así, en este germen del odio, encuentra un culpable y una justificación para su triste existencia; un sentido a su vida. Claro que ahora que lo pienso, tampoco faltará quien lo vea como una forma de vida. Lo que más me inquieta es que los nacionalismos fomentan la ignorancia y la estupidez en el ser humano, desprecian a sus vecinos y a sus hermanos, obligan a sus niños a crecer con orejeras, a no levantar la mirada ni mirar hacia los lados. Limitan sus oportunidades apartándoles de este precioso idioma universal en el que podemos leer a los más grandes de la literatura mundial, y desprecian todo aquel conocimiento que se salga de sus absurdas y estrechas fronteras. Ojalá toda esa energía la emplearan en hacer grande su tierra; ojalá su empeño fuera acercarnos su lengua y su cultura a los demás, en lugar de emplearlas como obstáculos. Ojalá su empeño no fuera ningunear nuestra lengua, la de todos, la de millones de españoles y aún más hispano-parlantes. Ojalá ser español no fuera un problema, ni para ellos ni para nadie.
.
.
La tierra no es más que eso, tierra. El lugar en el que te paren, el que te ve crecer o en el que acabas criando a tus hijos. No sé por qué es más de unos que de otros. ¿Acaso no empieza así la xenofobia? No le veo muchas ventajas a esto del nacionalismo, estés del lado que estés. Espero de corazón que mis hijos no tengan nunca que autodeterminarse, que puedan vivir donde quieran sin que su raza, su lugar de nacimiento, su idioma u otras zarandajas sean un problema. A ver si hay suerte...