Cuando tenía siete años, más o menos, tuve mi primera crisis existencial. No podía entender ni el desamor ni la violencia ni nada de lo que me rodeaba - tan duro, tan exigente, tan inutil. En mi pequeña conciencia se alojó el dolor y la frustración de no poder ayudar a mis padres en una situación de pérdida y en aquel momento de absoluta indefensión en la que, entendí, dañaban a quienes más quería mi arma fué sacarle la lengua al hombre que me ponía en contacto con lo peor del ser humano.
Aquel episodio me enseñó a desconfiar de la ley y del ser humano en general y tal vez me empujó a querer algo diferente. Cuando cumplí los nueve conocí a Doña Rosa y entonces comencé a comprender que en este juego había más gentes como mis padres y que no estaría nunca sola.
Cuando veo a mis nietos, sobrinos, sobrinas y alumnos me gustaría pensar que habrá siempre una Doña Rosa o un Don Marcelo y una Doña Dolores que los anime, les enseñe a tener fe en ellos mismos y sus capacidades, que no los juzgue y que los proteja.
continuará........