Cuando la vida se enquista y no nos damos cuenta, nuestro subconsciente se las arregla para descomponer lo que vivimos. Esa necesidad de cambio cuando el entorno conocido desaparece, nos arrastra y a pesar de la comodidad aparente en la que vivíamos nos vemos conminados a vivir situaciones nuevas, a veces traumáticas, en las que las presencias son distintas, las ausencias dolorosas, viéndonos obligados a inventarnos otra realidad, otro entorno sin vuelta atrás siendo la nostalgia la que se ocupa de nuestras vivencias y recuerdos.
Durante treinta años había luchado en la misma senda por los mismos principios y se había acostumbrado a ese padecer tranquilo que podía soportar, pero en un minuto escaso, todo se volvió un borrón. Los perfiles y marcos de su existencia desaparecieron y muchos de sus pilares dejaron de sostenerla.
¡Esa sensación de no saber hacia dónde ir!
Probablemente era la única forma de combatir la mediocridad en la que se había instalado, la única forma de llegar a otra orilla.
La humillación del desencuentro social, la humillación del fracaso según los parámetros de su educación no la detuvieron y ahora sonríe desde esa nueva orilla, la que ella ha vuelto a elegir.
¿Quién le puede reprochar haber elegido la sonrisa?
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Cuando el miedo me alucina.
Cuando me pierdo.
Cuando me ahogo.
En esas ocasiones,
en el frío de la noche,
desde el fondo de la jungla,
me sorprendo suspirando
muy bajito, un conjuro.
Cuando todo falla,
la única palabra urgente es
“MAMÁ”.
Mi niña interior, esa que conservo intacta, esta triste y yo no puedo escribir.
Los perritos que a lo largo de su vida han adquirido la rabia, abusan de los niños.
Un grupo de hombres y mujeres que han perdido el juicio quieren matarnos porque no pertenecemos a la misma cultura.
La guerra ha tomado lugar en nuestros corazones, alimentando el miedo y el odio.
Los hombres ricos y los acomodados acumulan desgracias en grandes bancos.
¿Acaso ya somos tantos que sólo podemos morir?
Tal y cómo sucedió cuando tenía siete años no puedo creer este estallido cavernícola. Parecía que el mundo occidental podía encontrar la formula que mejoraría la vida de todos, pero esos pobres hombres acumuladores de desgracias y todos los demás, somos demasiado ignorantes y estupidos para mejorar, para comprender lo cambiante del universo y mientras forcejeamos la madre naturaleza se encargará de nosotros.
Mi niña interior sigue creyendo que si aparcamos el ego, todo lo bueno podrá llegar para crear risas y sonrisas y ganarle la partida al miedo.
Pero mi niña interior no es tan ingenua como para ignorar que a veces nos toca defendernos.